Escribo en una carta todo aquello que me gustaría decirte, pero que nunca te diré. Tengo el mechero preparado y cuando termine de escribir, será como si nada hubiera pasado. ¿Es así como funciona? No, ojala fuese tan fácil deshacerse de todo aquello que hace daño. Liberarse por dentro, empezar de cero.
He escrito tu nombre por lo menos un millón de veces, pero nunca es suficiente, y nunca es demasiado. No puedo negar que no te haya esperado,
40 días… Y 40 noches. ¿Te suena de algo? Pero ahora he comprendido que no se puede esperar de la vida más de lo que puede dar. No quiero esperar nada. De nadie.
Cuando lo único en lo que piensas es en no pensar, algo falla. A veces creo recordar tu olor, el tacto de tu piel… Y en seguida tengo que sacarme esa idea de la cabeza. Me he obligado a no pensar en ti. A no saber nada. Creo que he pasado el último mes torturándome en silencio. Intentando vivir a 200 por hora. Sin darme cuenta de que en algún momento tenía que frenar, aceptar la derrota y avanzar. Pero no es fácil, nunca es fácil perder a la persona que quieres. He oído consejos de todo tipo y ninguno me ha servido. Encabezando la lista encuentro el típico de
“el tiempo todo lo cura”. Yo también quiero creerlo. Pero la verdad es que el tiempo no cura nada. Sigues tan presente como el primer día.
¿Sabes? Si algo aprendí de todo esto es que eso de
“tener el corazón roto” no es una simple metáfora, ocurre de verdad. Cuando sientes tanto y a la vez no sientes nada. Cuando hay días que piensas en comerte el mundo y otros es el mundo quien te come a ti. Cuando te echaba de menos los Martes. Después de odiarte un Lunes. Cuando pensaba que
un Domingo sin ti sí que era maldito. Cuando, cuando, cuando...
Siempre lo he tenido todo. De hecho, tengo todo lo que quiero en mi vida.
Todo, menos a ti. Supongo que tengo que aprender a conformarme con un poquito menos. Las cosas no son siempre como uno quiere. Y no me daba cuenta de que esto no sólo dependía de mí.
Éramos dos en uno. Hasta que dejamos de serlo.
Me encantaba hacerlo. Decirte cosas bonitas que de verdad sentía. Pero lo cierto, es que ya no escribo por y para ti. Escribo por mí. Para curarme. Creí que reconstruirme sería más fácil... Que sería más fuerte. Pero siempre he sido una ilusa. Al fin y al cabo, ¿qué esperaba?
Nada es para siempre. Aunque podría haberlo sido. Siempre me han gustado las excepciones.
Lo peor es no estar en tu vida... Y creer que sigo en ella. Tener en mente tus horarios... Y pensar qué estarás haciendo. A las 8:30, 11:10, 13:15, 14:10, 15:15, 19:10, 19:30, 21:00… Incluso
21:12 con la esperanza de que lo recuerdes. De que pienses en mí y a la vez me olvides. Y así cada día, uno tras otro. Rezando porque en algún momento nos encontrásemos a la vuelta de la esquina y todo volviese a ser como antes. Supongo que es triste. Pero cierto también.
Contigo aprendí a creer en el destino. A pensar que encontrarnos en un paso de cebra en medio de Madrid no era casualidad. A hacer medio año entre el primer y el último día de un mes bisiesto que no se iba a volver a repetir hasta dentro de 4 años. A sacarme el carnet de conducir el día 30. A vivir en el número 30. A cumplir los años el día 30. Empezar contigo el día 30… Todo encajaba. Eras como la pieza del puzzle.
Mi posibilidad entre un millón.
Todo empezó como un juego. Y terminé enamorándome de ti. Porque tenías la sonrisa más adorable del planeta. Qué digo del planeta…
¡Del universo! Era increíble tenerla a 2 centímetros de mí y saber que me pertenecía. La mejor sensación es cuando tienes a alguien que te hace sentir en la cima del mundo. Así me sentía yo a tu lado:
invencible. Y ya ni siquiera sé lo que siento, porque preferiría no sentir nada. Ni bueno, ni malo. Nada. No sé cómo estoy. Porque no quiero estar de ninguna forma. Supongo que en cierto modo puede llamarse impotencia. Por las promesas incumplidas. Por haber luchado por ti más que por cualquier otra cosa en mi vida y que no haya servido para… ¿Nada? Si, esa es la palabra.
Para absolutamente nada. Las cosas buenas siempre habían compensado a las malas. ¿En qué momento cambió todo eso? Supongo que ya es tarde para descubrirlo.
Y aunque me preguntasen qué es lo que quiero… Tampoco sabría contestar. Siempre lo había tenido claro.
Eras tú, tú, y otra vez tú. Hasta que todo lo tuyo empezó a hacerme daño. Pensé que sacarte de mi vida de golpe sería la forma más fácil de olvidarme de ti. Pero ni con esas. Es completamente imposible olvidarte y sé que nunca lo conseguiré.
Demasiados recuerdos, demasiados momentos, demasiadas sensaciones… Tendré que buscar otra forma de convivir con ello. De que no duela tanto no tenerte. De aceptar que no vas a estar. Sólo dame tiempo. O lo que sea que necesite. No quiero escapar de todo lo que hemos vivido. Sólo poder ser capaz de recordarlo, de verte y no morirme por dentro.
Porque no se encuentra dos veces a la misma persona…
¿Dónde quedaron aquellos días en los que decías que era
“el amor de tu vida”? Duele darse cuenta de que todo aquello en lo que crees es mentira. De que cualquiera puede ocupar tu lugar. De que eso de los amores verdaderos sólo se lo creen las mentes inocentes. Y lo cierto, es que yo siempre he sido muy inocente. Te creía hasta la última palabra. Al menos, si algo me consuela… Es que he dejado de soñar contigo. Tenerte en sueños y no en la realidad… No podría soportarlo. A pesar de todo,
sigues siendo mi primer y último pensamiento del día. Pero a partir de mañana… A partir de mañana me he prometido no volver a pensar en ti. Aunque no prometo nada. Irónico, ¿verdad? Volveré a fallarme a mi misma. Últimamente no sé hacer otra cosa. También me prometí hace tiempo no volver a llorar por ti. Y, en fin… No quieras saberlo. Es hora de recuperar las ganas y de vencer la rutina. Quién sabe, tal vez en otra ocasión volvamos a encontrarnos. Cuando sean tiempos favorables. Cuando las cosas estén claras.
Hasta entonces:
Aquí, ahora y siempre. Pase lo que pase. Sabes que nunca olvido aquello que me ha hecho vivir. Y tú lo conseguiste, desde el primer hasta el último día. No lo olvides. No me olvides.
TE QUIERO, 30#.